2/4/15

25. Leba Harbour



Reuní la isla, las dunas, la playa. Conjuré una bella flotando en la resaca y ese beso (mío, y de nadie más) que la trae mártir. Pero en el reflejo de la cama no todo se agota con esta sirena. Al repasar las sábanas, persiste la humedad de los cuerpos y su fragancia marina prendida en lo más profundo de la noche…


(del diario personal del dr. Sverennson)



Un horizonte de agua va engullendo poco a poco la bóveda celeste, y el cielo no fue tan cielo como en esta hora baja, en la que el color se adueña de todo y los barcos, a contraluz, son pájaros negros que se mecen en la fría brisa que surca el puerto.
El incendio se cierne sobre nosotros, incluso la espesa humareda se hace violácea, añil. Y los tintes se degradan, se ensombrecen, para volverse incluso más brillantes al llegar su muerte. El agua, la arena, yo misma, somos crepúsculo para un dios.

Cuando esto mismo sucede a tu lado, mi geometría se compenetra con la tuya, y tus manos hablan tan bien como tu cabeza. Llegados de continentes distintos, nos agita el mismo celo y el ocaso del día parece el escenario perfecto para acabarnos.
Cuando todo esto me asalta en soledad, mis manos y mi cabeza tienen su propio lenguaje aunque provengan de una única matriz. Y mi apetito te va amando entre el deseo, hasta que libado, por fin, el placer, se consume el fuego.
De vuelta a la orilla, me hago barca en la pleamar.


15/2/15

24. Orfeo



¿Qué convierte en irrefrenable un impulso?
¿Por qué la carne es pura tentación?
Tal vez se trate de una conspiración de los sentidos, para arrojarnos en brazos del deseo más absoluto.
Lo que se come con la vista ha de ser degustado también por boca. Y si, no pudiendo llevar adelante el plan, los ojos se ciegan para evitar mayores castigos, el olfato reconoce el celo y nos lo sirve en bandeja para que nuestro cerebro sufra de inanición, mientras el oído nos engaña con sensuales peticiones de rendición que urgen a nuestro cuerpo a responder en consecuencia. Hasta que el más leve de los roces cede, y quizá se alivie el sufrimiento. O el tacto sólo haga aumentar todavía más la urgencia por poseer aquello que ante nosotros se desvela sensual, libidinoso y febrilmente arrebatador.


(del diario personal del dr. Sverennson)



Me contemplas, impúdico. Y aunque yo no puedo saberlo pues cerré los ojos al desaparecer tu estela del lecho, sé de tu pie firme junto a una de las columnas que sustentan el dosel. Vuelta del revés, mis pies reposan en la almohada, y al otro lado de este océano, un enjambre alborotado es mi cabello. Y no cejas en tu empeño de observarme, ¡como si lo supiera! Y al intuirte me estremezco, así como las puntas de color cereza rabioso, traidoras en mi afán premeditado de pasar por lo que nunca fui.
Y me rindo, voy poco a poco entreabriendo las pestañas para dosificar lo magnífico de tu cuerpo. Así lo primero en aparecer es la sábana anudada; cuento sus pliegues, las arrugas, terminando en el filo carnal de tu vientre, donde las ingles me arrebatan el lento suspiro de la perdición.
El ombligo estrella al abdomen, y de ahí para arriba, se despliegan las costillas, montando el esqueleto de quien oye perfectamente la violencia con la que mis uñas se clavan en la pobre cama. Y antes de seguir adelante, mi cuerpo serpentea en respuesta al deseo latente que nace entre nosotros. En tu pecho, en la clavícula, en el cuello… reparo bien poco, lo siento; me incendiaste las pupilas, debo encontrar las tuyas con urgencia.
Me duele la pasión, se hace apremiante. Pero sigues al margen de la imaginación que me arde por dentro.
Y pese al arrebato, al cándido destello que ilumina tus ojos, mi rezo quiere que nada te turbe, que permanezcas así para mi propia delectación, ofreciéndome la belleza intacta que muchas otras veces he tenido vibrando sobre mí.



[Quiero y no puedo tocarte. Me mortifica la morbosidad de la escena. Si para cuando me cantes al oído o tu piel roce la mía no se ha roto el hechizo, sé de buena tinta que sabrás insuflarme savia donde más la necesito]

6/1/15

23. Athenais



Algunos hombres la hacen parecer una cualquiera. Tienen una forma de mirar (de mirarla) que indica desprecio y, a la vez, ansiedad, deseo, y todo a partes iguales. Reclaman entonces sobre ella el poder de poseer (de poseerla), como si su naturaleza no pudiera negarse a ser utilizada. Es en esas circunstancias cuando más aborrezco lo que he hecho…

(del diario personal del dr. Sverennson)



En esta isla panorama de ensueño, entre piedras curtidas por el sol, me exhibo, a la espera de tu rescate salvador. Y aunque acometo el tiempo que me separa de ti cual estatua helénica, el hecho de tenerlo todo en su sitio, es decir, de que no falte ninguna de mis extremidades o de que quizá mi linda cabeza no repose en el suelo lejos del talle, me convierte en la comidilla de semejante lugar.
La exhuberancia que tus manos tan bien conocen por moldeadoras de infinitos deleites, se transpira en la ligera brisa que mece la mañana. He dejado de contornear el deseo entre los presentes y apostada así, espío a plena luz el veneno que destilan sus lenguas, el vicio enfermizo que sus rostros reflejan sin pudor.

Así que abanico los segundos. El impío de mi escote transparenta la carne turgente de los senos. La melena azabache revolotea configurándome en seductora medusa. ¡Cuán divertido sería dejar secos a los mirones que se han visto atraídos malsanamente hacia mí!
Disfruto, no lo niego. Bajo esta inocente apariencia, siento un placer perverso en esto de ser intocable. Como la mercancía de anticuario que luce triunfal su cartelito de vendida ante los compradores.

Tu fuego de dueño y señor me ha hecho arrogante, distante, cruel. Y en este escaparate, me complace ser así.