24/6/11

01. Retour du bal

… prefiero creer que aquellos hombros desnudos, que la mata salvaje de Elisabeth, eran lo último que Francisco José veía cada noche antes de ir a dormir…


(del diario personal del dr. Sverennson)


La camarera envolvía con sumo tacto la mantilla, y yo desvestía los guantes ante la chimenea.
- Señora, ¿la ayudo con el vestido?
- No, gracias. Puedes retirarte.
Al salir apagó todas las luces y quedé recortada en la penumbra. El rumor del baile se colaba por la puerta entreabierta que daba al jardín. Pero me sentía a salvo, segura.

Siempre habías acudido sólo a estas reuniones. Sabías muy bien cuál era tu papel y cómo esperaban que te manejaras. Para eso te pagaban.
Pero aquella vez rompiste el protocolo, entraste en la casa precedido por una escort y la sorpresa los tomó al asalto.
En sus caras una mueca irónica delataba su pensamiento. Ya sabemos en qué se gasta el dinero…



Sin volverme, noté tus pasos sobre la moqueta acercándose pausadamente. Y lo siguiente fueron tus manos tomando mis hombros y tus labios ensalzando mis latidos.
Sobre la pálida piel de mi espalda, liberada ya de la cárcel satinada en negro, tus dedos encaminaban mil suspiros.
Al desprender la daga en forma de rosa de mis cabellos, la cascada ondulada escondió tus deseos.
Y fui Sissi en la clandestina alcoba de un emperador, amante doncella en su noche de bodas.

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8 comentarios:

  1. Como diría Toro, un relato delicioso. Yo agregaría, que hoy me has dejado gratamente sorprendida, porque sin ser explícita has logrado que el escrito queme los ojos.

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  2. La sensualidad da mucho más al lector que lo puramente explicito.Muy bien.Besos

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  3. Ummm sugerente.... sea Sisi.. o quien sea... eso del vestido........

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  4. con seguridad es que deseo posar la sombra de mis piernas en el Metropolitano columnas dispuestas a las pinceladas de tus colores de hoy que queman con la claridad de las llamas, besos

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  5. Donde estoy mirando?

    Esa estatua parece que viene hacia mí,
    y no soy capaz de despojarme de mi vestido,
    para recibirla, como ella semidesnuda.

    Me enredo sin tiempo.
    Voy a pisar mis flores.

    “Ayúdame, antes de que llegue”

    Tranquila, solo viene a por mí.

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La palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla (Thomas Mann)